Capítulo 9: El Siglo XVI

Si se puede considerar que la farmacia nace como profesión con los árabes y es bautizada como tal por Federico lI, es durante este siglo cuando va a alcanzar su mayoría de edad.

El farmacéutico del siglo XVI es ya un hombre de ciencia, que ejerce su profesión basándola en unos conocimientos adquiridos durante largos años de estudio y de práctica; que escribe numerosos libros profesionales -en este siglo aparecerán numerosas obras de farmacéuticos destinadas a otros farmacéuticos- y que participa activamente en la vida sanitaria de su comunidad, donde está muy bien considerado. Por otra parte, las autoridades comprenden que la farmacia es algo más que un ejercicio comercial, y exigen a los candidatos demostrar su aptitud para poder ejercer la profesión aprobando un duro examen de conocimientos. El examen de aptitud se vuelve obligatorio. Las oficinas de farmacia son muy semejantes a las de siglos anteriores. Aparecen numerosas referencias escritas a normas sobre su instalación: debían estar protegidas de los vientos, debían tener una cueva... incluso algunos autores nos las describen como casas de varios pisos: una azotea, la vivienda del boticario, la farmacia y su laboratorio, y la cueva.

Su interior lo conocemos a través de grabados de la época: concretamente existe un grabado de 1548 en la que se muestra una botica germánica: en las paredes hay estanterías con recipientes de madera en los que el nombre del medicamento que contiene no aparece escrito, ya que era considerado un secreto, sino que aparece representado por un signo convencional.

Del techo cuelgan en un semicírculo las balanzas; también cuelgan distintos animales: caimanes, tortugas, escorpiones... usados en la preparación de medicamentos, sacos donde se guardan las drogas y manojos de hierbas medicinales.

Aparece un recipiente donde se recogía la sangre de las sangría.

Aparece representado un mortero llamado germánico, el cual es más ancho por arriba que en su base, mas alto que ancho y con un asa a cada lado. Y se ve al farmacéutico trabajando con ese mortero.

En este siglo va a aumentar considerablemente el número de los medicamentos usados al incorporarse a las farmacopeas los que se traigan de América (zarzaparrilla, guayaco, raíz china, palo santo...) y los químicos introducidos por Paracelso (S, Hg, Sb, y menos asiduamente Fe, y Cu). La tierra sellada se uso contra la peste. La Panacea Amualdiana hecha a base de cinabrio se usó contra la lepra.

En las farmacias alemanas se empezaron a emplear como medicamento las aguas minero­medicinales. Aparecieron dos nuevos medicamentos importantes: el láudano de Paracelso v los emplastos del médico italiano Juan de Vigó. También se empezaron a usar ciertos productos del reino animal, como por ejemplo: los testículos del ciervo, la pata de la gran bestia (pezuña izquierda de atrás del alce), la piedra de Bezoar, aceite obtenido por maceración de escorpiones puesta al sol cierto tiempo, compuestos de víboras, emplastos de lombrices...; otros productos como piedras preciosas: esmeraldas, zafiros, granates, jacintos; perlas.

Los bezoares eran concreciones formadas en los estómagos de diversos animales: los de machos cabrios de Persia y de la India llegaron a ser muy valiosas y engarzadas en oro y piedras preciosas ocuparon un sitio de honor en las vitrinas de la gente rica. Durante toda la Edad Media se creyó que estas piedras tenían el poder de ser antídotos, y su presencia protegía a sus dueños de la acción de los venenos.

Aparecieron multitud de medicamentos "secretos" que llegaron a tener gran fama: el electuario, del sacerdote español Francisco Delgado, hecho con tinturas de guayaco y que se usaba contra la sífilis, las píldoras de Barbarroja, que eran británicas y se usaban también para tratar la sífilis, azote de este siglo, y los preparados medicamentosos del intrusista italiano Leonardo Fioravanti, que a pesar de no ser medico, aunque hizo de tal, ni cirujano, aunque operó, ni farmacéutico, inventó gran cantidad de aquéllos como el popularísimo bálsamo de Fioravanti, hecho a base de resinas, nuez moscada y amizcle, y del que su autor aseguraba que era un gran antídoto contra todo veneno, y recomendaba a los enfermos que se untasen todo el cuerpo con el. Otros "medicamentos" suyos muy conocidos en esta época fueron las Píldoras Divinas, el Licor Magno, el Ungüento Angélico...

Pero quizás el mayor intrusismo lo realizaron los religiosos que por el procedimiento de dar propiedades divinas a sus medicamentos, vendieron mucho. La Tintura del Cura Juan Gramann hecha a base de plomo alcanzó una enorme popularidad; las aguas y aceites olorosos que desde principios de siglo vendieron los dominicos de Santa Maria Novella (Florencia) también.

Llegados a este punto he de señalar que los farmacéuticos del siglo XVI a la hora de preparar los complicadísimos medicamentos que los médicos prescribían se encontraron con el gran problema de tener que sustituir un componente del que muchas veces no disponían por otro que tuviera una acción semejante, y que estas sustituciones dependieron muchas veces del criterio del atribulado boticario y muchas más veces del poder adquisitivo de éste, lo que dio origen a no pocas reclamaciones e incluso escandalosas protestas por parte de los médicos.

En Francia se llegó a dar una lista oficial de sucedáneos de drogas. En este país estaba permitido a las mujeres ser boticarias.

En España, por una orden del emperador Carlos V (1523), se prohíbe el acceso al examen de boticario a drogueros, especieros, y parteros y se ordena que sean examinados los médicos, cirujanos y estudiantes de farmacia que lo deseen, siempre que reúnan los siguientes requisito, saber; ser hombre mayor de 25 años, saber latín, y tener como mínimo cuatro años de practica en una botica ya autorizada.

En Alemania, por esta época, se dejan de vender cera y velas en las boticas, pero se sigue vendiendo azúcar, conservas, bizcochos, frutas confitadas, turrones, mazapanes, dátiles, mostaza, bujías de incienso y bujías ordinarias, así como tinta, papel, lacre, vino y licores- a la vez que se advierte de que no se venda solimán ni ningún otro veneno sin receta del médico. La ley alemana prohíbe que las mujeres sean boticarias e incluso que estén dispensando medicamentos en una oficina de farmacia.

En Suiza, la ley obliga al farmacéutico a acompañar al médico en sus visitas profesionales para que aprenda medicina por si alguna vez es necesario. Esto pasa también en algunos lugares de Francia.

En la Universidad de Coimbra (Portugal) se incorpora el estudio de los medicamentos como enseñanza obligatoria para los futuros boticarios, que han de asistir a estas clases dos veces a la semana durante un año.

En Venecia los Justicias dictan disposiciones para establecimientos de farmacia. En el Continente Americano todavía no existe la profesión farmacéutica.

En cuanto a la literatura farmacéutica del siglo XVI , quizás lo mas importante fue el incremento del numero de Farmacopeas editadas en toda Europa: en España(1511, 1535, 546, 1553, 1587). En la edición de 1553 apareció versificado en castellano los simples de Mesué. En Alemania (Nuremberg, 1546), en Copenague, en Munich, en Basilea...; hacia la mitad del siglo apareció la segunda edición del Recetario Florentino. Estas farmacopeas estaban escritas con el fin de definir las formulas que eran consideradas definitivas por las autoridades competentes bajo la supervisión de los médicos que eran quienes las redactaban y facilitar así el trabajo del boticario que las iba a preparar y que estaba obligado a seguirlas.

A través de ellas los médicos siguieron controlando el trabajo de los farmacéuticos, quienes siguieron supeditados a las normas dictadas por ellos para la fabricación de medicamentos. Pero a través a de ellas se concretaron las concentraciones de principios activos presentes en los medicamentos que los médicos administraban a sus pacientes. Hasta el siglo XVIII no aparecieron farmacopeas escritas por farmacéuticos.

Durante este siglo aparecieron numerosas obras escritas por farmacéuticos para otros farmacéuticos: el "Dispensarium ad aromáticus" de Nicole Prévost (Lyon, 1478 y 1488) describía los elementos simples y 575 compuestos, y contenía un vocabulario farmacéutico. Saladin di Asculi escribió un "Compendium Aromatarum" (Bolonia, 1488) que llegó a ser considerado un vademecum indispensable y en ella abordaba todos los aspectos posibles de nuestra profesión. A éste le siguió Quiricus de Augustus con su "Luz de los Boticarios" (Turin, 1492), y a éste Jacobus Manlüs de Bosco con su "Luminaria Mayor" editada en Venecia. Esta línea de trabajo fue seguida por otros muchos boticarios como Paulus Suardes en Italia, Pedro Mateo en España o Michel Dusseau en Francia. La "Institutionum pharmaceuticarum" de Jean Renou (Paris, 1608), fue editada también en Alemania y Suiza y en ella se aprecia claramente la influencia de la obra de Asculi.

En cuanto a la conservación de medicamentos, dado el precio que estos alcanzaron esta adquirió una gran importancia de manera que se convirtieron en obligatorias ciertas medidas: la triaca debía ser conservada en recipientes de oro, de zinc o de plomo; las especies aromáticas debían ser conservadas en cajas de oro o de platino; las grasas, los aceites y los ungüentos para los ojos en recipientes de porcelana o de cristal.

La Botánica del siglo XVI

Si bien todas las materias médicas recibieron durante este siglo un significativo empujón, la botánica se vio especialmente enriquecida gracias a las numerosas plantas que fueron traídas de América.

La llegada a este nuevo mundo supuso para los botánicos europeos la posibilidad de descubrir muchísimas plantas hasta entonces desconocidas, de estudiarlas y de coleccionarlas. Entre ellos se impuso el reto de encontrar un equivalente para cada una de las mas de 600 plantas comentadas por Dioscórides en su "De materia médica” y de situarlas dentro del esquema galénico de la patología humoral. Políticos, conquistadores, geógrafos, religiosos... todos se convirtieron en botánicos apasionados, deslumbrados ante la flora americana, y aunque la botánica como ciencia no adelantó apenas -faltaban todavía 200 años para que naciera Linneo- y se siguió clasificando las plantas según la taxonomía de Aristóteles y Teofrasto en hierbas, arbustos y árboles, se trajeron a Europa numerosas especies que hasta entonces eran desconocidas. Cristóbal Colón habló de la patata, el tabaco, el cacao. Hernán Cortés habló de cultivos mexicanos: vainilla, maíz, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, gobernador de Cartagena de Indias, escribió una "Historia General de las Indias" en la que describió entre otras muchas cosas la flora colombiana. El jesuita Juan de Acosta vivió seis años entre Perú y Méjico, al cabo de los cuales escribió una "Historia natural y moral de las Indias". Francisco Hernández fue médico personal de Felipe II, y de este rey español recibió el encargo de viajar a Nueva España y reunir toda la información posible " […] de los médicos, cirujanos y herboristas nativos y españoles […]" y de efectuar " […] una relación de todas las hierbas, árboles, plantas y semillas con cualidades medicinales […]". Partió hacia allí en enero de 1570 y después de pasar casi siete años recopilando datos, escribió su obra, la mas científica de todas estas citadas; en ella describió mas de 3.000 plantas que había visto, acompañando sus descripciones de numerosos dibujos en colores, clasificando cada una de ellas en función de su efecto fisiológico, dándola la cualidad que según el esquema galénico la debía corresponder: caliente, caliente y húmeda; fría, fría y seca; etc... e incluso es posible que hiciera con muchas de ellas ensayos farmacológicos en el Hospital Real de las Indias de la ciudad de Méjico. Esta obra nunca fue editada y casi se destruyó durante un incendio del Escorial donde estaba depositada. Fue rescatada por un napolitano, Antonio Rechi quien hizo un extracto de ella y lo publicó bajo el título de "Nova plantarum".

Durante este siglo se hicieron por toda Europa los primeros herbarios y los primeros Jardines Botánicos dedicados a cultivar las plantas traídas del continente americano con el fin de aclimatarlas y de estudiarlas. Estos Jardines Botánicos eran particulares y se consideraban un signo de distinción. El primero de España fue plantado en Aranjuez, por orden de Felipe II, pero pronto fue destinado a jardines de recreo. El Jardín Botánico instalado en las Islas Canarias fue el mayor centro de aclimatación, y el punto desde el que se repartían las especies traídas del Nuevo Mundo por todo el Imperio Español. Hoy día sigue existiendo.

Los primeros herbarios impresos están fechados en 1477. En 1483 aparecieron simultáneamente varios herbarios ilustrados, con el fin de ayudar a los estudiosos a diferenciar las plantas en ellos descritas. Escritos en italiano por autores renacentistas, pronto fueron traducidos al holandés, alemán y latín. También tuvieron otra intención, como queda plasmada en el prólogo de la edición inglesa del "Gran Herbario", impreso en Londres en 1526, donde se especifica que ha sido editado con el fin de "[…] enseñar como puede sanarse el hombre con hierbas de jardín y plantas de los campos, así como con las costosas recetas preparadas por los boticarios […]".

Sin embargo, durante los primeros años del Renacimiento, la obra de Dioscórides "De materia Medica" siguió siendo la mas apreciada, siendo reiteradamente editada en varios idiomas, previamente revisadas, con ilustraciones y comentarios por distintos autores como Pietro Andres Mattioli (París, 1516), Amatus Lusitanus (Venecia,1553 y Lyon, 1558), o Valerius Cordus (Frankfurt, 1549, Paris 1551 y Estrasburgo, 1561).

Las drogas medicinales y el Nuevo Mundo

Los países del oeste de Europa, hartos del monopolio ejercido por el poderoso Ducado de Venecia sobre el comercio de todo tipo de materias -incluidas las especias y las drogas medicamentosas-, entre esta ciudad-estado y el Próximo y Extremo Oriente, vieron en las riquezas del continente americano la solución a este problema. Españoles, portugueses, británicos, franceses y holandeses se lanzaron a competir por los nuevos territorios, con sus fuentes de materias primas todavía intocadas.

Además de Francisco Hernández, fueron muchos los que se dedicaron al estudio de las plantas medicinales: en 1585 el capitán británico Richard Hakluyt elaboró una lista de treinta y un tipos de personas que necesitaba para formar una expedición al continente americano, y en segundo lugar puso "[…] los hombres expertos en toda clase de fármacos […]". El médico azteca Martín de la Cruz recopiló un herbario en su lengua autóctona. En 1552, otro azteca, al que se describe como "[…] un indio de Sotximilco […]" lo tradujo al latín. Se llamaba Juan Badianus. El Manuscrito Badianus, que se conserva en la biblioteca del Vaticano, fue impreso por vez primera en inglés en el año 1935.

La extensa obra del portugués García da Orta "Coloquios dos simples e drogos de cousas medicinais da India" sobre la botánica y la medicina de las Indias, fue escrita aprovechando los muchos años que pasó allí desterrado por la Inquisición. Esta obra fue ampliada por el español Nicolás Monardes. Sevillano quien cursó Medicina en la Universidad de Alcalá; de vuelta a su Sevilla natal, se dedicó al estudio de las drogas que llegaban del continente americano, y formó con ellas un museo farmacológico que tuvo un gran éxito. Sus obras se titularon "Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales" y "Segunda parte del libro de las cosas" publicadas en Sevilla en 1565 y 1571 respectivamente. En 1574 se hizo una edición de los dos volúmenes juntos que muy pronto fue traducida al latín, italiano, francés e ingles y fue reeditada más de 50 veces. Monardes introdujo en Sevilla la zarzaparrilla procedente de Nueva España.

Del continente americano se trajeron el alcanfor, el jengibre y el ruibarbo, que ya eran conocidos; pero también el guayaco, descubierto por españoles en las Indias Occidentales; la jalapa y el mechoacan, descubiertos en Méjico también por españoles; la capilaria, descubierta por portugueses en Brasil, el bálsamo de Tolú y el bálsamo de Perú introducidos por Monardes; la gaultheria, descubierta por británicos en el estrecho de Magallanes; el sasafrás descubierto por españoles y franceses en la zona sudeste de los Estados Unidos. Su llegada a Europa desató la codicia de muchos, produciendo una auténtica "fiebre del sasafrás" y no pocos beneficios a los que se dedicaron al comercio de su corteza y su madera. Las hojas de coca no fueron usadas como medicamento hasta el siglo XIX, cuando fue posible extraer la cocaína de ellas.

Sin la menor duda, la droga mas importante que se importó del Nuevo Mundo fue la quina traída por los jesuitas desde Perú, y de la que se conocen sus propiedades antipalúdicas desde el siglo XVII.

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María José Pérez-Fontán

María José es licenciada en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid, habiendo cursado también estudios de Magisterio.

Estos textos son el resultado de meses de investigación y han sido publicados en España y Venezuela.

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